Muchos escritores se parecen a
esas vecinas que se cruzan en el mercado y comienzan a hablar sobre los méritos
de sus hijos (en el campo que sea) para dejar en claro que los suyos son
mejores que los de su interlocutora (en el campo que sea).
En un bar escuchaba cómo dos
escritoras llevaban a cabo un verdadero ping-pong, interminable, acerca de sus
éxitos: si a una le habían reseñado un libro, a la otra dos; si una fue
entrevistada en una radio, la otra en televisión; si una estaba trabajando en
un cuento largo, la otra en un largo y arduo ensayo sobre el cuento…, y así…
El mensaje subyacente,
furtivo, siempre es el mismo: “Soy mejor que tú, tienes que darte cuenta de una
vez”. Lo inaudito es que actuarían del mismo modo ante Borges o García Márquez.